El Mundo
Llega la noticia de la muerte durante una gira de Scott Weiland, el cantante de Stone Temple Pilots, y todos los treintañeros casi cuarentones, todos los cuarentones casi treintañeros intentamos recordar. ¿Cuánto queríamos a Stone Temple Pilots en sus mejores años? ¿Nos gustaba cuando la MTV pinchaba por vez enésima Vasoline o Interstate love song? ¿O puede que al principio nos gustara y después nos empezara a despertarnos sospechas?Si ahora volvemos a buscar los vídeos de Stone Temple Pilots en la red, las imágenes y los sonidos nos parecen un destilado de esa época, casi una caricatura.
Un mozarrón grande y guapo y con aire de tío duro canta con ese tipo de timbre de barítono, “sonido cavernoso” se decía, que se puso de moda después de Pearl Jam. La estética es un poco teatral, como si un grupo de veinteañeros quisieran representar la locura con un puñado de tópicos y poses aprendidas… aunque tiene su atractivo.
¿Y la música? Pues rock intenso y densito, un sonido setentero más o menos básico, sin que se crucen por allí muchos más ingredientes, como sí ocurría en los discos de Nirvana, por ejemplo.
No hay rastro de Sonic Youth, ni de los Pixies, ni del punk de los 80, ni de Bowie…Ya tuvieron que salir Nirvana y Pearl Jam.
El recuerdo que queda de Stone Temple Pilots es el de la réplica ya un poco masticada de aquel momento de frescura y emoción que sentimos todos la primera vez que escuchamos la palabra grunge en una radio. Weiland y compañía llegaron en el segundo tren. El disco que los convirtió en estrellas, Core, apareció en otoño de 1992, justo un año después de Nevermind de Cobain, Grohl y Novoselic.
Ya no había que remar contracorriente ni arriesgarse a sondear al público.
De hecho, a Stone Temple Pilots le fue muy bien de público: vendieron millones de ejemplares de Core igual que de su continuacioón, Purple (1994).
Las críticas no eran buenas y acertaron: los discos de los Pilots envejecen regular. Pero, qué más daba si, encima, Weiland interpretaba mejor que nadie el papel de estrella atormentada y autodestructiva. Anduvo por la cárcel y por clínicas de rehabilitación, dio entrevistas escandalosas y espantadas en los conciertos… ese tipo de cosas.
Para curarse y remontar el vuelo, cuando la mecha de los Pilots ya estaba acabada, se juntó a Slash, el guitarrista de Guns’n’Roses, en una superbanda llamada Velvet Revolver.
De nuevo, tuvieron éxito comercial pero, en realidad, nadie se tomó muy en serio aquel proyecto.Aquel era un perfil más o menos habitual en esa época que se ha extinguido poco a poco: el rockero suicida.
Podemos recordarlo con media sonrisa en la boca o con algún sentido trágico. Kurt Cobain se mató de un escopetazo. Layne Staley,dse Alice in Chains, murió de sobredosis, igual que Shanon Hoon, de Blind Melon. Y ahora, cuando ya parecía que la edad de este tipo de muertes se había pasado, cae Weiland. Quién sabe qué hubiéramos pensado si, en aquellos del bachillerato, hubiésemos sabido que aquellas estrellas de la MTV no estaban haciendo teatro, que de verdad escondían un destino trágico.