John Ackerman/ La Jornada
Ciudad de México.- El candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) para la gubernatura del estado de México, Juan Zepeda, es un hipócrita. Pertenece a un partido que firmó el Pacto por México con Enrique Peña Nieto; respaldó las candidaturas de deleznables ex priístas, como Miguel Ángel Yunes, en Veracruz, y Carlos Joaquín, en Quintana Roo; permitió la aprobación del gasolinazo, y acaba de firmar un acuerdo de unidad
con el partido de Felipe Calderón para las elecciones presidenciales de 2018.
Aun así, el viernes pasado Zepeda se atrevió a dirigir una carta al presidente del partido Morena, Andrés Manuel López Obrador, en la cual afirma indignado que jamás pactaría con el Partido Acción Nacional (PAN) y jura su firme convicción
de acabar con 90 años de la pesadilla priísta
. Esta carta fue ampliamente difundida tanto por el mismo Calderón como por Joaquín López Dóriga, dos voceros del viejo régimen de mentiras, fraude y corrupción. En los mismos días, Margarita Zavala públicamente celebró la posibilidad de una alianza PAN-PRD para 2018.
Si Zepeda realmente fuera tan congruente y digno, como afirma ser, renunciaría inmediatamente al partido del sol azteca y a su candidatura. Competir por un cargo público bajo el lema de un partido que ha traicionado todos los principios de izquierda y se ha convertido en un simple palero del régimen es sacrificar cualquier semblanza de ética o de honestidad.
Pero en realidad da igual lo que hagan o dejen de hacer personajes como Zepeda u otros líderes del PRD. Con el increíble crecimiento de nuevos liderazgos de Morena, como Delfina Gómez, Cuitláhuac García, Guillermo Santiago y Pablo Amílcar Sandoval, Morena no necesita reciclar viejos cuadros de partidos podridos.
Lo verdaderamente importante serán las decisiones de las bases del PRD. ¿Es todavía sostenible afirmar que se puede luchar por la democracia desde el sol azteca? Cada día resulta más fácil responder a esta pregunta con un claro y contundente grito en negativo.
A raíz del anuncio este sábado de la alianza PAN-PRD para 2018, la desbandada de ciudadanos dignos del PRD a Morena se convertirá en una avalancha imparable. El sol amarillo y negro que nació en 1989 a raíz del fraude electoral de 1988 hoy ya se encuentra en su ocaso y, a partir de 2018, simplemente desaparecerá o, en su caso, se convertirá en un minipartido más, un simple negocio de unos cuantos, como el PVEM, el PT, el Panal o MC.
La frustración de quienes todavía lucran con la franquicia del PRD, como Zepeda, Alejandra Barrales, Jesús Zambrano y Miguel Ángel Mancera, es que López Obrador se ha negado una y otra vez a negociar al viejo estilo perredista. Tradicionalmente, los líderes se suman a proyectos políticos ajenos a cambio de garantías de impunidad por delitos pasados o de candidaturas hacia el futuro.
Mancera y Barrales, por ejemplo, sin duda apoyarían a López Obrador para la Presidencia de la República si el tabasqueño les cediera el control sobre el relevo en Ciudad de México en 2018. Fue precisamente a partir de un acuerdo de esta naturaleza que alguien tan incapaz, represor y reaccionario como Mancera pudo convertirse en el candidato del PRD a la jefatura de Gobierno en 2012. Tanto el empecinamiento de Marcelo Ebrard por controlar el proceso de sucesión como la predominancia de los chuchos en la dirección del partido generaron el impasse que produjo la lamentable candidatura de Mancera.
Ebrard no pudo imponer a Mario Delgado. Pero López Obrador tampoco pudo lograr un candidato emanado de su equipo cercano, dado el firme control sobre el partido por sus peores adversarios.
Pero en esta ocasión López Obrador no tiene necesidad alguna de negociar espacios con ningún grupo político ajeno. Su lugar en la boleta presidencial está garantizado y tiene total libertad para ir impulsando, junto con las bases de Morena, candidaturas nuevas y frescas capaces de simultáneamente incendiar la llama de la indignación ciudadana y canalizar la esperanza ciudadana hacia vías pacíficas y electorales.
La dignidad y la autonomía de López Obrador es la contracara de la mezquindad y la hipocresía de Zepeda. En lugar de generosamente sacrificar su candidatura y permitir la victoria segura de la maestra Gómez, Zepeda insiste en seguir la vieja lógica de negociar espacios políticos y garantizar impunidades para él y sus cómplices en el próximo gobierno de Morena. Pero el tabasqueño ha sido perfectamente claro que esa ruta está totalmente cerrada.
Morena no es igual a los otros partidos. Quienes apoyan al nuevo partido ciudadano deben hacerlo como un acto de entrega y de sacrificio en favor de la justicia y la paz, sin pedir absolutamente nada a cambio. Apoyar a Morena suele generar importantes pérdidas económicas y somete a escarnio y hasta violencia, pero las generaciones venideras agradecerán a los dignos militantes por haber puesto su granito de arena en favor de la construcción de la cuarta República. México es un gran país y merece un gobierno a la altura de su pueblo.