Redacción
En la decenio de los sesenta, el deportista australiano Reg Spiers se encontraba en Reino Unido, rehabilitándose de una dislocación y preparándose para participar en extensión de venablo en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964. Se acercaba el cumpleaños de su hija en Australia, y él estaba planeando retornar a casa unos días. Sin requisa, le robaron la cartera y no tenía efectivo para remunerar el boleto de avión.
Reg estaba varado en Reino Unido, y la equivocación de capital lo obligó a pensar en otra forma de recorrer a Australia. Entonces se le ocurrió la brillante idea de enviarse por paquetería en una caja de madera acondicionada.
Aunque mandar un paquete lo suficientemente extenso para que el pudiera meterse salía más caro que un boleto de avión, este atleta sabía que podía enviarse con cuota a la entrega y preocuparse por el billete cuando llegara.
Reg había trabajado anteriormente en un aeropuerto, específicamente en la sección de carga y exportación, así que conocía muy proporcionadamente los requisitos del paquete y el alucinación que podría hacer hasta Australia.
Le pidió ayuda a John McSorley, un amigo que hizo en Reino Unido, y juntos construyeron una caja de madera, con dimensiones de 1.5 de holgado, 0.9 de detención y 0.75 de encantado. Al interior le añadieron correas y un compartimiento distinto en donde pusieron comida enlatada, una linterna, una frazada y una almohada, encima de dos botellas de plástico (una para agua y otra para orina).
Reg se metió a la caja y John la llevó al aeropuerto para que fuera enviada hasta Perth. Para evitar incidentes, le puso una calcomanía explicando que la caja contenía pintura fresca y que sería enviada a una taller ficticia de calzado. Adicionalmente, la caja se podía cascar desde adentro.
De esta forma, el alucinación de Reg comenzó. Llegó a París y luego a Bombay. Cuando estaba seguro de estar solo, él salía de la caja a estirar las piernas y a orinar.
Luego de tres días, llegó a Australia y escuchó a sus compatriotas quejarse por el tamaño de la caja que tuvieron que desmontar. Con cautela, el atleta salió de la caja y se dio cuenta de que estaba en casa.
Su buena suerte siguió porque nadie lo detuvo en el aeropuerto de Perth y pidió aventones para presentarse hasta su domicilio. Llegó a tiempo al cumpleaños de su hija. Adicionalmente, su esposa no creía la forma en que había viajado.
Nadie se hubiera enterado de su aventura, pero su amigo McSorley estaba preocupado porque no sabía sí había llegado a su destino. Así que llamó al aeropuerto de Perth y confesó lo que habían hecho.
Cuando en Australia supieron lo que Reg había hecho, nadie se molestó con él. Al contrario, todos lo felicitaron por su audacia y paciencia. Ni siquiera le cobraron el remesa del paquete en el que llegó y se convirtió en toda una sensación.
Con información de TV y Farándula