Marisol Gámez
“Villa de Guadalupe Hidalgo. 3 de enero de 1848” gritó el pregonero.
Hizo una pausa para continuar.
“Ayer, a las seis de la tarde se firmó en esta población el tratado de paz entre los representantes de los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de Norteamérica que pone fin al estado de guerra entre ambos países, y que ha costado miles de vidas en ambos bandos. Se han perdido 110 000 leguas cuadradas de territorio mexicano” concluyó el oficial.
Enrolló el pergamino y salió del abarrotado mercado, acompañado de un séquito de oficiales. Entre las frutas, gemidos de animales y otras vendimias se estableció el silencio cómplice como un ente vivo. Y no fue que la gente se hubiera impresionado con el asunto, no, incluso, se esperaba, el país no se encontraba en condiciones para que su lucha fuera, a largo plazo, exitosa. Fue sólo que esa confirmación era la señal que los pobladores esperaban para dar inicio al plan de recuperación del territorio: sin guerra alguna con el poderoso vecino, habrían de migrar y establecerse en la Alta California y en Santa Fe de Nuevo México y todo el demás terreno perdido. Cruzar lo que, según los rubios, serán sus fronteras y poblarlo incansablemente, generación tras generación hasta el día en que, al contar mexicanos en esos lares y colorear su lugar de residencia en un mapa, éste se parezca al de antes de la guerra. Pero hubo consigna en la estrategia, ha de recuperarse la tierra, lenta y subrepticiamente, en silencio y de ser posible, sin que los rubios se den cuenta.