Elda Cantú / NYT
Hemos vuelto a socializar: a reunirnos con seres queridos, a sostener conversaciones superficiales con desconocidos, a abrazar a nuestros amigos y también nos abrumamos por volver a estar en contacto con la gente. En México se usa un verbo muy preciso para describir ese agobio: engentarse.
Con la pandemia, algunas personas tienen una nueva excusa para zafarse de una situación social: dicen que han estado expuestas al virus con el fin de evitar reunirse con otros.
“Para la gente que no quiere hacer algo, ya sea por ansiedad, temor existencial o la idea de que será más fácil quedarse en casa y ver El juego del calamar que arreglarse y salir al mundo, la excusa de la covid parece hecha a la medida: es oportuna, prominente y parece que la motiva una preocupación altruista”, comentó la directora del Centro de Terapia Cognitiva Conductual en California en un artículo reciente.
Rehusarnos a socializar no tiene nada de malo. Pero mudarnos a vivir a las redes sociales puede agudizar nuestro malestar. En un ensayo de Opinión reciente, la columnista Michelle Goldberg lanza un desafío: ¿Y si dejáramos de prestar atención a la gente que no conocemos pero con la que interactuamos en internet? Goldberg menciona un estudio en el que los participantes empezaron a seguir en redes sociales a personas con ideas políticas opuestas solo para descubrir que “en internet, conocer a personas que no son como nosotros con frecuencia nos hace odiarlas”. Quizás, en la vida digital, podríamos tolerarnos más si nos escucháramos menos, concluye el ensayo.
Para algunos esa decisión puede ser profundamente política. Solo basta mirar hacia Brasil, donde los esfuerzos por combatir las noticias falsas en línea han causado una gran migración digital hacia Telegram, una aplicación que el presidente Bolsonaro y otros actores de extrema derecha han aprovechado para propagar desinformación y división.