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Estados Unidos.- Cada vez que un animal logra el estrellato en Hollywood, sus semejantes silvestres pagan las consecuencias. Es indudable el efecto que ha tenido la industria del entretenimiento sobre la actitud de los humanos hacia la vida silvestre. Entre los casos más emblemáticos tenemos Tiburón de Steven Spielberg y la consecuente satanización de muchas especies de tiburones; el miedo a los murciélagos fomentado por la cultura popular; el boom del cautiverio de delfines a raíz de la serie de televisión Flipper; y la presión que generó la película Liberen a Willy para lograr la liberación de la orca Keiko, por mencionar algunos. Efectivamente, Buscando a Nemo no fue la excepción.
El mensaje que pretendió transmitir la película Buscando a Nemo es clarísimo: los peces pertenecen al océano, no a las peceras. Lamentablemente, el resultado fue opuesto. A partir de su estreno (2003), la urgencia de tener un pez payaso en casa creció tanto que se buscó a Nemo en cada rincón de los arrecifes de coral para satisfacer la demanda. El impacto de estas capturas está documentado en zonas como la Gran Barrera de Coral (donde vive Nemo) y Filipinas, donde se han registrado dramáticos declives poblacionales. Más grave es la forma en la que se capturan, pues no se trata de buzos aficionados que se los encuentran y los encierran en bolsitas. Por ejemplo, en Filipinas, la captura se realiza por medio de envenenamiento, que consiste en rociar cianuro en arrecifes de coral para que actúe como anestésico de peces. Con este método el 75% de los animales mueren en las primeras horas, y no solo afecta a los peces payaso sino a todo aquel que se cruce en la nube de cianuro, incluyendo, por supuesto, a los corales. En Australia decidieron criarlos en cautiverio a gran escala para cumplir con la demanda y, al mismo tiempo, evitar la extracción en la Gran Barrera. Sin embargo, esta estrategia no ha atendido la verdadera y constante amenaza, pues ya encontramos a Nemo pero ahora estamos buscando a Dory. Y no es que se deban evitar las películas inspiradas en animales, sino que la industria del cine bien podría responsabilizarse por llevar su mensaje más allá de las butacas.
Ahora la atención se centrará en Dory, un hermoso pez cirujano azul (Paracanthurus hepatus), con el próximo estreno de Buscando a Dory (2016). El caso de este pez es mucho más delicado que el de Nemo porque la reproducción exitosa de esta especie en cautiverio sigue siendo una utopía. Así que podemos afirmar con seguridad que todas las Dorys que se vendan provendrán directamente de los arrecifes de coral. Por si fuera poco, los arrecifes de coral son uno de los ecosistemas más frágiles y amenazados del mundo como para que encima les quitemos a sus payasos y a sus cirujanos.
Generalmente, suelen ser los niños quienes inocentemente piden tener en casa estos peces, sin saber que están fomentando una cultura consumista que tiende a convertirlo todo en mercancía y a ponerle precio a lo que sea. ¿De verdad es tan difícil que los padres expliquen a sus hijos por qué los animales no pertenecen al cautiverio? Así pues, parece que lo que estamos enseñando es que el humano puede someter a cualquier especie. Muchas veces, como ocurre con los zoológicos, se utiliza la excusa de que mantener en cautiverio a los animales ayuda a generar conciencia sobre el cuidado y respeto a la naturaleza. Sin embargo, los zoológicos no son más que colecciones de animales. El cautiverio no provee ni un hogar ni un refugio, pues es imposible crear un espacio similar al hábitat natural en el que los animales viven; el cautiverio, por tanto, los priva de realizar comportamientos esenciales y vitales para el ecosistema. Por lo anterior, esta forma de pensar ha dejado de ser una justificación válida –hoy solo la defienden las industrias que buscan el entretenimiento a costa del sufrimiento de los animales: las peceras de los niños, los zoológicos, los acuarios, los circos y los parques marinos.
Forzar a los animales a obedecer nuestras reglas, necesidades y deseos nutre aún más nuestra ya retorcida concepción de la naturaleza. Es exactamente esta visión de nuestro entorno la que nos está empujando, cada vez con más fuerza, hacia el colapso ambiental que se avecina. ¿Acaso somos incapaces de admirar la naturaleza sin sentir la necesidad de poseerla y dominarla primero?