Elda Cantú / NYT
La tensión entre Rusia y Ucrania preocupa a Estados Unidos, a sus aliados de la OTAN y a una franja de Europa que se extiende del mar Báltico al mar Negro.
Un vocero del Kremlin indicó el jueves que no había “muchos motivos para el optimismo” luego de que tanto Estados Unidos como la OTAN respondieron por escrito a las exigencias de Rusia, que busca impedir, al costo que sea, que Ucrania se aleje de su esfera de influencia.
Mientras tanto, Vladimir Putin calla: la última vez que se pronunció sobre el asunto fue en diciembre, cuando dijo que Rusia necesitaba “garantías” de que Ucrania no se uniría a la OTAN. “El sorprendente silencio del presidente en un drama de alto riesgo que gira en torno a él parece diseñado, en parte, para mantener a Occidente en vilo sobre sus intenciones”, escribieron Anton Troianovski y Jason Horowitz, nuestros corresponsales en Moscú y Roma.
El silencio, no obstante, va acompañado de lo que parecen ser gestos elocuentes: Rusia —que ya deplegó unos 130.000 efectivos militares en su frontera con Ucrania— dio a conocer el martes una serie de extensos ejercicios militares. También ha estado enviado divisiones acorazadas, tropas y sistemas antiaéreos a Bielorrusia, país aliado al Kremlin que también colinda con Ucrania.
Pero el liderazgo ucraniano parece no agitarse ante la alarma a su alrededor. Tanto el presidente como altos funcionarios de su gobierno llamaron repetidamente a la calma y acusaron a sus aliados occidentales y a los medios de exagerar la situación. “¿Qué hay de nuevo?”, dijo hace poco el presidente Volodímir Zelenski. “¿No ha sido esta nuestra realidad durante ocho años?”.
Algunos expertos observan que Zelenski se encuentra en una posición delicada: no debe inquietar a su pueblo ni incitar sobresaltos en Moscú, pero también necesita seguir recibiendo apoyo de la OTAN y Estados Unidos. Otros analistas ofrecen una lectura con algo más de perspectiva: la postura sosegada de los gobernantes ucranianos sería la de quien está acostumbrado a convivir con el riesgo y la amenaza.
“No sabemos qué nos matará primero, si el virus, la radiación o la guerra”, dijo hace poco un habitante de Chernóbil, la ciudad del norte de Ucrania que sufrió un terrible accidente nuclear cuando aún era parte de la Unión Soviética. Esta zona, que sigue siendo radiactiva, está ubicada en la ruta más corta entre Rusia y Kiev, la capital ucraniana.
Después de dos años de pandemia, de incertidumbre y de estar constantemente cambiando de rumbo para esquivar los riesgos, conservar la calma incluso frente una gran dificultad, no parece una actitud descabellada sino un mecanismo de supervivencia.