Jorge A. Ferreira Garnica
Aguascalientes, Ags.- No tengo la seguridad de que el fenómeno de los malabares políticos que se gestan entre una elección y la que le sigue, se deban a la efervescencia propia de la cosa electoral; ni tampoco puedo afirmar que se dé por generación espontánea. No obstante, y esto si lo he podido observar, este juglarismo político ha venido a ser una constante a partir de que se diera en nuestro país la alternancia política.
Primero con el canje de la gubernatura de Baja California a favor de Ruffo Appel, como un pago por, al hasta ahora improbable fraude cuyo autor fue Manuel Bartlett que fungía como Secretario de Gobernación, con aquella famosa caída del sistema la noche de la elección presidencial de 1988, en la que Salinas de Gortari se alzó con un controvertido triunfo sobre Cuauhtémoc Cárdenas.
Le siguió la entrega del estado de Guanajuato en la que el ex Regente del D.F. Ramón Aguirre Velázquez se enfrentaría a Vicente Fox, del Partido Acción Nacional, y a Porfirio Muñoz Ledo, del Partido de la Revolución Democrática. Las elecciones se efectuaron el 18 de agosto de 1991 y dieron el triunfo a Ramón Aguirre; sin embargo, el candidato del PAN, Vicente Fox, denunció un fraude electoral y reclamó el triunfo para sí.
No fue precisamente por las protestas y la radicalización de la situación, la razón que movió el presidente Salinas para obligar a Ramón Aguirre a renunciar a la toma de posesión del cargo, no obstante que aún no había sido declarado gobernador electo. Fue producto de una concertación, en la que se obligó al Congreso del Estado designar como gobernador provisional al alcalde panista de León, Carlos Medina Placencia, en medio de cuestionamientos que apuntaban hacia el presidente Carlos Salinas de Gortari de haber negociado su encumbramiento, lo cual fue y es una perogrullada. Con estos malabares políticos Salinas se dio un brochazo más de supuesta legitimidad. Todo tuvo raíz en su dudoso triunfo aquella oscura noche del 6 de julio 1988.
Medina Plascencia permaneció en el ilegal cargo de gobernador de 1991 a 1995 en que convocó a elecciones. En esa elección estatal extraordinaria Vicente Fox resultó ganador frente a Ignacio Torres Vázquez. Es a partir de esa época, en que desde mi particular punto de vista, los tiempos electorales dejaron de constreñirse a las fechas fijadas en el calendario electoral, en las leyes electorales del ámbito federal y local.
Durante los seis años de su gestión como gobernador de Guanajuato, Vicente Fox pasó más tiempo recorriendo el país haciendo campaña para posicionarse como el candidato absoluto a la presidencia de la República en el partido que lo había abanderado desde las elecciones federales de julio de 1988.
A partir de Vicente Fox como gobernador y promotor de una campaña en la que de manera abierta y cínica buscaba, y lo logró, ser presidente de México, se inaugura una nueva etapa en la vida político electoral de nuestro país. Etapa que le dio un giro de 180 grados a los procesos electorales. Aquí bien cabe aquella celebre y bien fundada frase que el ex ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación don Juventino Castro y Castro acuñó en su magnífico libro que escribió sobre el Artículo 105 de nuestra Constitución Política, en la que como un auténtico profeta dice con meridana claridad que: “Si bien no todo lo político es electoral, si todo lo electoral es político”.
De ese entonces a la fecha el calendario electoral de este país no se agota al culminar una elección sea federal o local. Ahora la apertura de un proceso electoral se da a partir de concluye el anterior, es decir, durante los 365 días de cada año. Por supuesto que todas las acciones encaminadas a promocionarse electoralmente, tanto de los actores que fueron elegidos por la vía del sufragio, como por los funcionarios designados para los cargos de la administración pública, son, han sido y serán, actos adelantados de campaña, que las leyes de la materia sancionan, pero que nunca se aplican de manera imparcial.
Antes de este aberrante estado de cosas, bastaba congraciarse y estar en el ánimo del número uno del país, de ahí aquella vieja y famosa frase que se le atribuye el extinto Fidel Velázquez, de que el que se mueve no sale en la foto. Era esa la solidez de la disciplina priísta, por ello el juglarismo prácticamente no existía, incluso se legisló para que no se pudiera saltar de una cámara a otra en el período inmediato a que culminara su actual posición legislativa, porque no era una práctica bien vista. Con el paso de los años esta regla cambió.
Todo este galimatías me ha reafirmado mí particular forma de pensar a este respecto. Soy de los ciudadanos que piensan y creen que cuando uno otorga su voto a tal o cual candidato al cargo para el que se postula, y además gana su elección, ese voto debe ser fielmente respetado. ¿Cómo debe de ser respetado? La respuesta es imple: permanecer en el cargo para el que fue electo hasta que constitucionalmente este cargo concluya. A partir de ahí, puede buscar por los medios que tenga a su alcance, la posición que a su gusto o interés convenga.
En el supuesto de las posiciones de reelección, debe legislarse para que aquellos que están en funciones y desean buscar de nueva cuenta el voto para que los electores le refrenden su posición, antes de iniciar su campaña, soliciten licencia ante la instancia competente, con el propósito de que además de poder dedicarle todo su tiempo, no tengan ventaja para aquellos que también compiten como aspirantes por vez primera, pues con la duplicidad de recursos del que está en funciones la competencia no ofrece los mismos parámetros de una contienda equitativa.
La parte aberrante, deshonesta, antiética y desprovista de toda moral de parte de los actores políticos, es la que todos los días aprovechan desde sus encumbradas posiciones para publicitarse y así ir posicionándose para subir el siguiente escalón, que dicho sea de paso, no sólo lo hacen utilizando los recursos públicos que deben administrar con honradez, sino también el tiempo que le roban al encargo que ocupan para servir al ciudadano, pues ese tiempo también es dinero aunque no se vea ni palpe.
Pero también, y esto es parte de la ética política, una vez que pidieron licencia para competir, y perdieron la elección no deberían regresar a ocupar la posición de la que se ausentaron para ir a buscar el refrendo de la misma, pues en ese intento ya fueron reprobados. Esto debe de ser igual para la alta burocracia de la administración pública.
Pasar de una rama a otra es una habilidad que sólo a ciertas especies del reino animal les dio la naturaleza; comparar a los políticos con estos animalitos, sería ofender a los animalitos, a los del reino animal por supuesto. Como también sería una ofensa para los cirqueros que se han especializado en el riesgoso oficio del trapecio, pues ahí se juegan la vida, y con frecuencia sufren accidentes que incluso los invalidan o llegan a perder hasta la vida, al calificar de trapecistas políticos a toda esa caterva de vividores de la política, que nada tiene que perder, que nos sean los desproporcionados emolumentos que reciben.
Es evidente que un verdadero político no tiene por qué recurrir a esas tretas de no dejar que concluya su encargo, para buscar desesperadamente otro y otro y otro. Un verdadero político no requiere de mañas de esa naturaleza, su trabajo y desempeño en la cosa pública son su mejor carta de recomendación.
Bien por aquellas y aquellos que con puntualidad renunciaron a sus encargos en la administración pública, y que no estuvieron estirando la liga lo más posible para luego salir con su bate de babas de que dijo mi mamá que siempre no.
Los ciudadanos ya estamos hartos de escuchar y leer todos los días de que fulana, zutano y perengana, aspiran a esto y a esto otro. Esto es cosa de todos los días, en la radio, en la televisión, en la red y en la prensa escrita y por supuesto en la comunicación oral. ¡Ya basta!
Lo peor de todo es que de todo este fangoso brincotéo electorero surgieron reformas políticas tan absurdas como la más reciente, en la que hubo un marcado retroceso de nuestra incipiente democracia. Se volvió al centralismo político, al dotar de facultades metaconstitucionales al INEA; pero sobre todo de transgredir el orden constitucional vulnerando nuestro federalismo. El resultado ya está en proceso de darnos una evidencia anunciada desde la aprobada concertación de tan aberrante forma de legislar
Pero además con este juglarismo “político electoral”, se han quedado en el cajón del olvido todo lo relativo a las ideologías políticas que cada partido enarbola como distintivo ante los ciudadanos para comunicarles que su forma de ver y hacer política es diferente y más justa y eficaz que la de los demás. En qué país tan bonito nos tocó vivir, hasta parece un circo de tres pistas. Pues para los disque políticos de estos tiempos lo único que importa es dinero y poder, que finalmente son la misma cosa.