COVID-19 La llegada del Mal. “Entre el miedo, el poder y la resiliencia”COVID-19 La llegada del Mal.

Miguel Ángel Juárez Frías

juarezfrias@gmail.com

Ciudad de México,.. El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente la pandemia de COVID-19. Durante días, en México se minimizó la amenaza, se desestimó el riesgo y se vendió la idea de que el país estaba preparado. Pero el 18 de marzo, la muerte rompió el espejismo: un hombre de 41 años falleció en la Ciudad de México, marcando el inicio de una crisis que nadie pudo detener. Fue el día en que el escapulario y el “detente” sucumbieron ante la muerte.

La realidad cambió para siempre. Las calles se vaciaron, los hospitales se llenaron, la muerte se convirtió en un número frío y una presencia constante. El 23 de marzo, la Jornada Nacional de Sana Distancia impuso confinamientos y restricciones, y el 30 de marzo, el gobierno decretó Emergencia Sanitaria. La pandemia dejó de ser una noticia lejana y se convirtió en el centro de la vida cotidiana.

En la pandemia muchos vieron una nueva forma de conflicto: una guerra biológica, una guerra del miedo, una guerra de control. Más de 700 millones de contagios se registraron en el mundo y más de 20 millones de personas murieron según datos oficiales. En México, el INEGI contabilizó más de 450 mil muertes vinculadas al COVID-19 en tres años, aunque los registros reales son mayores. Sin necesidad de acudir a “los otros datos”, para entonces, miles de hermanos, familiares, amigos y conocidos habían perdido la vida.

Gobiernos tomaron medidas extremas, mientras empresas se fortalecían y millones caían en la ruina. La pandemia sirvió de pretexto para consolidar modelos de vigilancia digital, contratos opacos y decisiones políticas irreversibles. Con el tiempo, el conteo diario de muertes dejó de impactar; la repetición lo convirtió en un paisaje indiferente. La deshumanización de la tragedia fue tan brutal como la enfermedad misma.

Mientras unos buscaban sobrevivir, otros vieron en el caos una oportunidad para la acumulación desmedida. La voracidad de unos cuantos contrastó con la resiliencia de millones. Empresas farmacéuticas con ganancias récord, gobiernos que usaron la crisis para ajustar agendas políticas y tecnológicas, y el nacimiento de un modelo de vigilancia digital sin precedentes.

México vivió la compra de ventiladores con sobreprecio, contratos oscuros para vacunas y la negligencia de un gobierno que negó la crisis hasta que fue imposible ocultarla. El 23 de diciembre de 2020, llegaron las primeras vacunas, pero para entonces, más de 120 mil personas ya habían muerto. Sin necesidad de acudir a “los otros datos”, miles de hermanos, familiares, amigos y conocidos habían perdido la vida.

El COVID-19 nos obligó a ver lo frágiles que somos. Nos recordó nuestra insignificancia en el universo y lo poco preparados que estamos para lo inesperado. El mundo entero se tambaleó: economías se desplomaron, sistemas de salud colapsaron y la normalidad desapareció.

cinco años del inicio de la pandemia, recordar el COVID-19 no es solo rememorar el dolor, la pérdida y la incertidumbre. Es una oportunidad para reconocer las lecciones que nos dejó.

¿Aprendimos a valorar lo esencial?

¿Nos hicimos más conscientes de nuestra vulnerabilidad?

¿O simplemente volvimos a la inercia del mundo anterior?

El recuerdo del 2020 debe servirnos para seguir creciendo, para construir sociedades más empáticas y preparadas, para no olvidar el desgarrador adiós de aquellos que partieron sin despedirse, sin la oportunidad del abrazo ni el adiós, sin quien nos quedamos los despidiéramos como se merecían.

Cinco años después, la memoria de la pandemia no debe ser solo una cicatriz, sino una brújula que nos guíe en lo que viene.

Cinco años después, enfrentamos otra pandemia, una donde el virus no es invisible, sino brutalmente tangible: la violencia. Así como el COVID-19 desbordó hospitales y colapsó sistemas, hoy la inseguridad llena morgues y silencia comunidades enterasEn ambos casos, la negación oficial, la corrupción y la improvisación agravan la tragedia. Si algo nos enseñó el 2020 es que ignorar una crisis no la detiene; el tiempo solo la hace más letal.

¿Qué dejamos de atender? Porque ni la negación ni el escapulario vendrán a salvarnos.