Redacción
La des-extinción, proceso que busca devolver a la vida especies extintas, ha generado gran interés en el ámbito científico, y el Dodo, símbolo de la extinción en la isla Mauricio, es ahora objeto de intensos estudios.
Encabezado por el biólogo Neil Gostling de la Universidad de Southampton, el proyecto de resucitar al Dodo no solo apunta a restaurar una especie extinta, sino también a repensar la responsabilidad humana en su desaparición.
Tradicionalmente visto como un ave torpe y lenta, el Dodo sufrió una reputación que los estudios recientes han comenzado a desmontar. Durante siglos se creyó que su naturaleza despreocupada y su incapacidad para volar lo hacían fácil presa de los colonizadores que llegaron a Mauricio.
Sin embargo, esta imagen errónea ha sido cuestionada por investigadores que, mediante tecnología de reconstrucción gráfica, revelaron que el Dodo no era una criatura obesa ni necesitaba moverse rápidamente. En un ambiente sin depredadores y con comida abundante, su biología no exigía adaptaciones defensivas o físicas como el vuelo.
La historia de la extinción del Dodo comenzó en 1598, cuando exploradores holandeses y portugueses llegaron a Mauricio, trayendo consigo especies invasoras como perros, cerdos y monos, que pronto amenazaron la existencia de la especie. Además, el Dodo, un ave de un metro de altura y unos 20 kilos de peso, fue considerado una fuente de alimento fácil y atractivo para los humanos.
Su caza intensiva y la tendencia de engordarlo para aprovechar su carne consolidaron la falsa imagen de un animal pesado y torpe. Pero esta apariencia fue inducida, no natural.
La intervención humana en la isla no solo introdujo depredadores, sino también provocó la deforestación. En busca del valioso ébano, los colonizadores destruyeron grandes áreas de bosque, acabando con el hábitat del Dodo y reduciendo sus fuentes de alimento.
Al depender de este ecosistema y con una capacidad reproductiva limitada a un solo huevo por temporada, la especie comenzó a declinar rápidamente. Además, la recolección de sus huevos dificultó aún más su recuperación, llevándola al borde de la extinción en menos de 100 años: su último avistamiento documentado data de 1662.
A medida que el Dodo avanza hacia una posible des-extinción, su historia plantea preguntas éticas y científicas sobre la intervención humana en los ecosistemas. Este esfuerzo, si se realiza con éxito, representaría no solo un logro para la ciencia, sino también un recordatorio de los efectos de la actividad humana en la naturaleza.
El nombre “Dodo” tiene raíces en las palabras “doudo” (loco, en portugués) o “dadaar” (cola gorda, en neerlandés), aunque algunos consideran que un término más adecuado sería Depraedatus, “ave depredada”, en latín.