Miguel Ángel Juárez Frías
juarezfrias@gmail.com
“La culpa repartida es culpa diluida”
Me encontré en una conversación que, más que una charla, fue una revelación de lo que todos vemos, pocos analizamos y, sobre todo, negamos: la permanente búsqueda del culpable.
Esta necesidad de endilgarle a alguien más nuestras desgracias no es nueva; la historia nos la tatuó en la piel desde tiempos bíblicos. Ahí tenemos a Eva, la primera gran villana de la humanidad, la causante de que Adán mordiera la manzana y, como castigo, toda la humanidad tuviera que trabajar para ganarse el pan.
¡Ah, maldita mujer! ¡Por su culpa hemos tenido que madrugar durante siglos! ¡Por su culpa existen los lunes!
Pero qué conveniente: la sociedad nunca asumió su responsabilidad. No, no. Fue culpa de Eva y del débil de carácter de Adán. A ellos les debemos el suplicio de tener que ser responsables de nosotros mismos.
Los siglos pasaron, los dioses cambiaron, los sistemas políticos mutaron… pero la mentalidad del culpable sigue intacta.
Porque si algo distingue a una sociedad decadente es su capacidad inagotable para encontrar culpables de su miseria sin jamás mirarse al espejo. Un espectáculo tragicómico donde el ciudadano promedio, con su maestría en quejas y su doctorado en excusas, se indigna, grita, llora y tuitea, pero nunca, jamás, se responsabiliza de nada.
Porque, claro, la culpa siempre es de alguien más. Del gobierno. Del pasado. De los empresarios. De los ricos. De los pobres. Del vecino. Del clima. De los astros, de las maldiciones ancestrales o del destino mismo. ¡Pero nunca de la sociedad que con su mediocridad decide seguir a los mismos embaucadores, que no piensa, que no exige, que no cambia, que no evoluciona!
El libreto es predecible, aburrido, y sin embargo, se repite con la precisión de un reloj suizo:
Fase uno: El villano de turno. Cuando un país está jodido, la solución es simple: encontrar un culpable. Puede ser el presidente anterior, el imperio maligno, los fifís, los chairos, los Illuminati o un reptiliano de la NASA. Lo importante es señalar y rasgarse las vestiduras.
Fase dos: La salvación prometida. Luego aparece el Mesías con su sermón revolucionario. Ahora sí, ahora sí, ahora sí… cambiará todo. ¿Cómo? Con las mismas ideas viejas y fracasadas de siempre, solo que esta vez potenciadas con un toque extra de demagogia.
Fase tres: La realidad. Sorpresa: el Mesías también es un incompetente. Y aquí viene la cereza del pastel: No es su culpa. ¿De quién es entonces? Pues del anterior, del pasado, de los que no lo dejan trabajar, de los que piensan diferente.
Fase cuatro: El nuevo chivo expiatorio. Cuando el pretexto del “gobierno pasado” ya no funciona porque el pasado y el presente son lo mismo, hay que inventar un nuevo villano. ¿Quién es el malo ahora? Pues ahí está Trump, el FMI, el capitalismo, el neoliberalismo, la OCDE, los ovnis, el Covid, los marcianos, cualquier cosa menos la propia incompetencia.
Y aquí es donde entra el gran truco de la política: el que vende mentiras prospera; el que dice la verdad paga el costo de su honestidad.
Porque no nos engañemos: hay políticos que creen en su labor, que no prometen lo imposible, que intentan hacer las cosas bien… pero ¿qué pasa con ellos? Son los que quedan fuera del ánimo electoral. La gente prefiere al que le dice lo que quiere escuchar, aunque sea una vil mentira, antes que al que le dice la cruda verdad.
Así funciona el circo. La audiencia no quiere realidad, quiere espectáculo. Y los embaucadores lo saben.
A ver, genio. Si sigues votando por los mismos payasos, si sigues repitiendo las mismas excusas, si sigues celebrando a quienes se victimizan pero jamás resuelven nada, ¿Quién es el verdadero culpable de presenciar los mismos chistes en el mismo circo?
Ah, pero no, qué incómodo es admitirlo. Mejor seguimos en la mentalidad de ‘yo no fui’, la misma que aplicamos cuando no cumplimos en el trabajo, cuando justificamos la corrupción o cuando culpamos al destino de nuestras propias mediocridades.
Y ahora, en este teatro global del autoengaño, los estadounidenses tampoco se quedan atrás. Pobres gringos, tan cerca del progreso y tan lejos de la inteligencia colectiva. Ahí los tienes, poniendo a Trump de nuevo en el tablero porque Biden no les llenó el vacío existencial.
Pero ojo, no es que sean ingenuos. Solo están atrapados en el mismo ciclo de siempre: buscar a quién culpar y repetir la historia con la convicción de que esta vez será diferente.
La diferencia entre una sociedad madura y una infantil es su capacidad para asumir responsabilidades. Y la nuestra, amigos, está en pañales, con chupón en boca y llorando porque el gobierno no hace nada.
La próxima vez que veas a alguien quejándose del sistema, pregúntale: ¿y tú qué haces aparte de lloriquear en redes sociales?
Porque, querido lector, si no eres parte de la solución, eres parte del problema.
Pero, claro, decir eso es incómodo. Mejor sigamos con la novela de siempre.
Fin. Hasta que llegue otro embaucador (o embaucadora) a vendernos otra mentira… y volvamos a caer. (Tranquilos, ya falta poco)