Por Luis Fernando Flores Ramírez
Un sábado a las cuatro de la mañana, por fin me acosté. Había terminado el maldito trabajo que nos dejó el maestro de literatura para el lunes. La tarea era analizar un cuento de un escritor llamado: Joaquín Manchado* de Asís, que se llama, “Misa de Gallo”.
Hacer un resumen del cuento, analizar su contexto histórico, la bronca o el chingado conflicto, el arco dramático y ya no me acuerdo qué más. La verdad es que esa materia me caga.
A mí sólo me gustan las cheves frías y las frías matemáticas. Lo bueno era que tendría toda la mañana del sabadaba para recuperarme, ponerme como reina por la tarde e irme de antro en la noche.
El domingo, curármela, y dormir y dormir.
Todo iba bien y estaba en los brazos de Morfeo, cuando como a las nueve de la mañana, mi linda mamacita empezó a pegarle a la puerta de mi cuarto y a gritar como loca: ¡Pas!, ¡pas! ¡pas!
Medio desperté.
—Silvia, no pagaste la inscripción.
—Mamá, no friegues, estoy becada —le contesté modorra.
—¡Ya sé que estás becada pendeja! Pero hay que pagar la cuota de inscripción del semestre que viene, si no, te la van a quitar.
¡Chin!
—Ay mamá, estoy bien cansada; ayer terminé el trabajo de literatura y me acosté bien tarde. Aparte, hoy es sábado, no abren los bancos.
—Puedes pagar en el oxxo.
—Pues paga tú.
—No mijita, no puedo; voy de salida. Voy a ayudarle a tu tía a terminar el banquete, tenemos boda en la noche y hay que entregar el pedido antes de las ocho.
Bajó las escaleras y gritó:
—¡Ahíííí te dejoooo la lanaaaa; el número de cuenta está anotado en un papelito que dejé sobre la mesa del comedoooor!
¡Plast! —cerró la puerta.
¡Chin!
No quería abrir los ojos, tenía mucha flojera, y Demóstenes, mi gato, estaba ronroneando sobre mi cabeza; me arrulló y me volví a dormir.
Me levanté como a las tres de la tarde y parecía que estaba cruda. Me aventé un chainazo para despabilarme. Busqué ropa limpia que ponerme; pero ¡que chingaos! ¡No había nada! Mi linda mamita la había lavado toda y estaba allí, tendida en el patio, secándose, y el cielo estaba nublado; y el resto: en la tintorería. No tenía ropa vieja, ni mi amada ropa deportiva para practicar kickboxing, ni siquiera el uniforme de la escuela y no usaba pijama pues acostumbraba a dormir en calzones. Todita estaba mojada.
Busqué en los cajones de mi clóset y sólo encontré ropa de playa. Me puse una ombliguera muy ajustada del Hard Rock Café de Cancún que me regaló un gringo menso que se enamoró de mí, cuando nos fuimos en excursión escolar, y unos minishorts de mezclilla marca Dolce Gabbana, muy nais, que compré bien bara en un mercado de pulgas.
«¡Voy a salir muy sexy —pensé—, pero pos ni modo: sólo son tres cuadritas de aquí al oxxo! Voy y vengo rápido. De todas formas, ni hace frío».
Me puse mis tenis y salí de la unidad, escuchando música del celular con los audífonos puestos; con volumen bajito, para estar al tiro.
Empecé a caminar con prisa por la banqueta. A la mitad de la primera cuadra, llegó un Honda tuneado que disminuyó la velocidad; se puso a circular a lado mío sin detenerse.
Lo manejaba un chavo de lentes oscuros con playera sin mangas, con los brazos todos tatuados, estaba bien mamey el vato.
Me pitó, y puso a todo volumen una canción que no conocía, (yo soy de la onda tecno) se me figuró una canción de amor de narcos. Bajó el volumen y gritó:
—¿Qué onda mamy? ¿A dónde vas piernotas?
No le contesté nada, pero me puse nerviosa. «¿Qué forma de entablar plática con una mujer? pinche naco». —pensé.
—Uuuh, culera, ¿Quieres que te aviente croquetas para que me sigas, peeerrraaa??
Empecé a sentir miedo, pero no disminuí el paso. «Si se baja del coche… corro en chinga». —pensé.
El pelado se quedó un rato con el carro andando al lado mío, pero como no lo pelé, el chavo, arrancó el coche dando tremendo patinón de llantas y dejando un chingo de humo.
¡Uuufff!
Caminando por la segunda cuadra, crucé frente a una casa grandota de dos pisos, ahí vive Doña Lázara con su esposo. Ella, es amiga de mi mamá porque le compra toper.
La casota tiene una cochera y un jardín de poca madre con muchas plantas y varias jaulas con pajaritos, ahí llegué a jugar de chiquita. Aunque ya casi no rolo por ahí, siempre me ha gustado la casa.
De repente, escuché un silbidito, como si entonaran el inicio del himno nacional. No puse atención, traía prisa; luego se oyó una voz, que gritó:
¡Aaayyy maaamaaacitaaa, que chichotaaas! ¡Hay papaya de Celaaayaaaaa!
Ahí, no me gustó. Me di vuelta, y tras de mi lindo cuerpecito, venía un ruco canoso que traía una bolsa de la comercial en la mano; se me quedó viendo con una sonrisita mamona.
¡Chin!
Yo, que no tengo ni media pulga, y que ya venía emputada me le dejé ir.
—Ja, ja, ja, ¡mucha risa pinche viejo libidinoso, jijo de la chingada, tenga para que respete! —y ¡Zas! le solté un yap en la jeta; se cayó.
—¡Pérese, Señorita yo no…! —dijo el don en el suelo—.
—¡Cállese pinche enfermo! — y le di una patada en los huevos: el hombre se encorvó y se puso las manos debajo de la panza.
Seguí dándole de patadas en todo el cuerpo, cuando llegó una patrulla haciendo argüende con las torretas prendidas y con la sirena encendida haciendo: ¡Uuuuh! ¡Uuuuh! ¡Uuuuh! Frenó de chingadazo y se escuchó al mismo tiempo el rechinar de las llantas: ¡Iiiiiiiii!
—¿Qué pasó amiga? —preguntó una mujer policía bajándose del vehículo.
—Este viejo cochino que me anda persiguiendo y gritando peladeces —contesté molesta.
El hombre no hablaba, tirado en el suelo, se retorcía del dolor.
Otro policía, que también se bajó del coche, (era el que manejaba la patrulla) me preguntó: —¿Y eso ameritaba que lo golpeara señorita?
—Pareja —Le dijo la mujer policía, muy seria—: de acuerdo con el nuevo reglamento, gritar piropos en la calle a las personas del sexo femenino, es considerado acoso sexual; y ahora con la situación de la violencia contra las mujeres, el jefe nos dio instrucciones de tener cero-tolerancia a estos individuos.
Tenemos que seguir el protocolo y llevar al infractor a la comandancia. Amiga, ¿Puede acompañarnos a la Delegación para levantar cargos?
Yo le contesté poniendo cara de mensa y hablando como mosquita muerta:
—No puedo ir, tengo prisa; voy a pagar una medicina al oxxo que encargamos y a regresarme a mi casa, me está esperando mi mamá que está enferma. Pero, por fa, castiguen a este pelado.
—Muy bien.
Los policías levantaron al hombre que seguía atolondrado por el dolor, lo esposaron y lo subieron al asiento trasero del coche. También aventaron la bolsa del mandado a la cajuela, ¡ja! La patrulla se fue haciendo: ¡Uuuuh! ¡Uuuuh! ¡Uuuuh!
Me fui de volada al oxxo a cumplir mi misión. Tuve que soportar las miradas cachondas del cajero que no dejaba de verme los senos y la respiración de unos tipos feos que estaban atrás de mí. Aguanté vara, no quería tener más problemas.
Arrebaté el ticket de depósito y me regresé en chinga a la casa por donde vine, casi corriendo.
Volví a pasar frente a la casota donde le había puesto la putiza al viejo y de nuevo escuché el mismo silbidito y la misma voz:
¡Aaayyy maaamaaacitaaa, que chichotaaas! ¡Hay papaya de Celaaayaaaaa!
¡Chin!
Volteé para todos lados, no había nadie, miré para la casota y en el jardín estaba un loro dentro de una jaula, parado en un palito, gritando peladeces, silbando y feliz.
FIN
*Machado.