Guerra comercial: los ricos la ordenan, los pobres la padecen

Miguel Ángel Juárez Frías

juarezfrias@gmail.com

Este domingo, como cada uno de ellos, lo inicié preparando el contexto para la entrega semanal que publicamos los martes en El Clarinete. Esta vez, el tema no lo elegí yo. Se impuso solo: los aranceles anunciados y ya ejecutados por la administración estadounidense.

El Presidente Donald Trump decretó imponer nuevas tarifas a las importaciones aplicadas a 200 países. Esta política arancelaria, según especialistas, fue diseñada desde el escritorio, con base en fórmulas genéricas y cálculos de balanza comercial. Como si hubiera sido generada por una IA sin contexto ni matices. ¿El resultado? Hasta la isla de Heard y McDonald, un archipiélago autónomo de Australia inhabitado, quedó incluida en la lista.

Vale la pena detenernos un momento y hacernos las preguntas esenciales: ¿qué son realmente los aranceles? ¿De verdad protegen a las industrias locales o simplemente encarecen la vida de quienes consumimos? Son preguntas válidas para quienes enfrentamos, día a día, el alza (o no) del precio de la gasolina o del servicio de transporte público.

Aunque la política arancelaria se suele presentar como terreno exclusivo de economistas y tecnócratas, los aranceles nos atraviesan a todos. Impactan directamente nuestra vida cotidiana: encarecen los alimentos, alteran la estabilidad del empleo, tensan la diplomacia y agitan, sin previo aviso, los mercados globales.

La intención original de esta entrega era sencilla: explicar, sin rodeos, qué son los aranceles, cómo se regulan y por qué es importante que la ciudadanía entienda estos mecanismos básicos de política comercial. Pero los hechos que estallaron después del anuncio (y lo que ya se ha bautizado como el “lunes negro” de los mercados) nos obligan a cambiar de tono. Las nuevas medidas arancelarias unilaterales tomadas por Estados Unidos han detonado una de las tensiones económicas internacionales más fuertes de las últimas décadas.

Así que partamos de lo fundamental. ¿Qué es un arancel? En términos simples, es un tributo que los gobiernos aplican a productos importados y, en menor medida, exportados. Son impuestos de naturaleza aduanera que se cobran por dejar entrar o salir mercancías del país. Se pueden aplicar como un porcentaje del valor de lo importado (por ejemplo, un 25 % a productos mexicanos fuera del T-MEC); también como una cuota fija por unidad o volumen (arancel específico); o bien, como una mezcla de ambos.

En México, los aranceles están regulados por la Ley de Comercio Exterior, y se insertan dentro del sistema multilateral regido por el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), bajo la supervisión de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Los aranceles sirven para proteger la economía local gravando las importaciones, con el objetivo de fortalecer la industria nacional, equilibrar la balanza comercial y generar ingresos para el Estado; sin embargo, su aspecto negativo es que, mal empleados, encarecen los productos básicos, reducen el poder adquisitivo de las familias, provocan inflación y pueden hacer que se pierdan empleos en sectores que dependen de insumos importados.

A lo largo de la historia, los aranceles han sido una herramienta con doble filo. Estados Unidos y Alemania, por ejemplo, los utilizaron en el siglo XIX para proteger sus industrias nacientes. Alexander Hamilton (sí, el mismo de los billetes de 10 dólares) sostenía ya en 1791 que “proteger la manufactura local de la competencia desleal es un deber del Estado”. Pero también existen casos donde el remedio fue peor que la enfermedad: la Ley Smoot-Hawley de 1930, aplicada sin tino, desató represalias globales y agravó la Gran Depresión.

Hoy, el nuevo capítulo de esta historia lo estamos presenciando en tiempo real. Esto no es una simple fricción comercial entre socios del T-MEC, ni un pleito más entre Washington y Pekín. Es una guerra comercial de escala global que ha escalado en cuestión de días a niveles alarmantes.

Los números lo dicen todo: las bolsas asiáticas se desplomaron. Este lunes el índice Hang Seng de Hong Kong cayó más del 9 %, el Nikkei japonés perdió casi 6 %, y el mercado chino cerró con una baja superior al 4 %. Europa cerró con una caída de más del 4 %. En México, el viernes se reportó una pérdida similar, y al inicio de la jornada de este lunes (mientras cerramos esta columna) la BMV ya registraba una caída superior a los dos puntos porcentuales en su primera hora y media.

El punto de quiebre fue la decisión de Trump de aplicar una política arancelaria sin precedentes en las últimas décadas. El País lo resumió con claridad en su edición del 4 de abril: “Estados Unidos impondrá un arancel universal mínimo del 10 % a todas las importaciones y castigará aún más a los países con los que mantiene un déficit comercial elevado. La lista es larga, pero destacan: Unión Europea (20 %), China (34 %), Vietnam (46 %), Taiwán (32 %), Tailandia (36 %), Suiza (31 %), Indonesia (32 %)…. La medida abarca casi 200 países. Trump, fiel a su estilo, justificó la decisión con argumentos que carecen de evidencia, asegurando que estas tarifas apenas equilibran lo que, según él, esos países ya cobran a los productos estadounidenses.”

La respuesta fue inmediata. China contestó con aranceles espejo. Elon Musk, en un intento de moderar la tensión, ofreció una especie de “mano de paz” a la Unión Europea el pasado sábado, pero el gesto parece más simbólico que efectivo. Las consecuencias están a la vista de todos.

Lo que ya es inminente es el arranque de una lógica de represalias: una espiral de “ojo por ojo” que amenaza con romper las cadenas globales de producción. Y ya empezamos a ver sus estragos: los mercados tiemblan, el consumo mundial se desacelera, y los sectores estratégicos comienzan a sentir la presión. En un mundo donde un solo dispositivo electrónico depende de piezas fabricadas en cinco o seis países distintos, esta fragmentación no es menor: significa costos más altos, incertidumbre prolongada y menor crecimiento.

No estamos hablando solo de tarifas. Estamos presenciando un cambio de época. La cooperación da paso al proteccionismo, y los mercados ya están pagando el precio. Si no hay diálogo ni puentes multilaterales efectivos, nos dirigimos hacia una peligrosa división de bloques económicos. Una nueva Guerra Fría. Pero ahora, con cifras aduaneras en vez de misiles.

Las consecuencias habrán de observarse en los bolsillos de las familias, en las mesas de los hogares, porque lamentablemente es con ellos donde radica la trascendencia del tema de los aranceles, porque la historia ha demostrado lo lapidaria y cruel que son las consecuencias de una guerra comercial sin cuartel.

Una vez más, como en todas las guerras (comerciales o militares), los únicos que sufren son los pobres.

Nos leemos en la siguiente. Valdrá la pena revisar hasta dónde nos blinda el Plan México y los 18 puntos.