Francisco Espinosa
Aguascalientes, Ags.- José Asunción “Chon” Macías Candelas nació en Aguascalientes hace más de 50 años y más de la mitad de ese tiempo se entregó al servicio público en el sistema penitenciario, dándoles a los reclusos momentos de calma con la única arma que tiene: su talento. Actor de larga trayectoria, ha picado piedras –“muy grandes”- sin mucha suerte de que los llamados a castings se complementen con su trabajo en las cárceles de Aguascalientes.
En charla con El Clarinete se dijo enemigo de perseguir la fama a como dé lugar, valora quien cree en hacer teatro por el simple gusto de alimentarse el alma por medio del arte. Originario de una familia campesina, rompió el molde desde muy niño aunque se enteró casi entrando a la adultez de que sus condiciones lo hacían buen actor, a pesar de que en plena primaria una maestra lo encaminó. Como siempre, fiel a él mismo, se dejó llevar por “el cotorreo” que ser actor traía consigo, más que por un enfoque profesional.
“Te soy sincero, no se me dificultaba, me salía natural”, dice sin empacho al recordar sus primeros pininos en la Prepa Petróleos donde se reunió con más compañeros afines a las materias de humanidades, mientras las administrativas y científicas le daban constantes dolores de cabeza que lo orillarían a dejar trunca la educación superior, mientras su pasión por las artes escénicas ganaban terreno en su mente.
Empeñado en actividades políticas estudiantes, pronto se daría cuenta que el camino estaba trazado rumbo a la Ciudad de México y su gran tradición de escuelas actorales. “Me di cuenta que en Aguascalientes no iba a poder hacer lo que yo quería. Entonces decidí irme sin nada, buscando apoyos”. Allí, mientras luchaba a diario por subsistir y tratar de matar el hambre pasando semanas con apenas unas cuantas sopas desabridas, conoció las entrañas bajas de una ciudad provocativa y peligrosa cuando se entregó en cuerpo y alma a tratar de darle un espacio de calma a niños de colonias bajas; todo mediante el teatro.
Mientras su trabajo burocrático lo hacía ir a Tepito en pleno domingo de cruda para tratar de enseñar artes escénicas a niños que vivían violencia intrafamiliar, le llegó la oportunidad de una beca tan luchada como anhelada. Cuando por fin pensó en dejar atrás tiempos de penuria con el estómago vacío le dijeron que la beca era real siempre y cuando pagara dos mil pesos de la inscripción, una cantidad exorbitante para los tiempos y mucho más para él que escogía a diario cuál de los tres tramos de combi haría a pie por falta de dinero.
“Eso me desmotivó mucho porque no pude pagarlo. Me propuse regresar a Aguascalientes a hacer teatro como pueda y no como quiera”. De regreso y con aires de fracaso por su cabeza, tuvo la fortuna de que pronto lo invitaron a un movimiento que servía para foguear gente y formentar el teatro. Todo ese esfuerzo desencadenó en presentaciones en el Teatro del IMSS. Un día, en una revelación por 100 presentaciones de una obra, el invitado para develar dicha placa fue David Olguín, un baluarte teatral mexicano.
Con la espina clavada y sin pensarlo mucho, se le acercó. “Ahí le pedí una oportunidad, incluso sin cobrar, en su compañía de teatro”. Era el año 2000 cuando con 40 años dejó de lado a su familia y a sus hijos para regresar a la Ciudad de México. La experiencia previa le ayudó a desenvolverse en una empresa que le exigió desde un principio con grandes responsabilidades, frente a actores de gran personalidad. Al poco tiempo, y gracias a esto, el cine tocó su puerta, dejando atrás ese espantoso intento en tiempos de juventud con una de las peores películas en la historia del país y de la que –dice- no recuerda el nombre.
De ahí salieron pequeñas intervenciones –“que trato de hacer grandes” en películas como El Tigre de Santa Julia, El Atentado o La Ley de Herodes, El Infierno y más reciente El Charro Misterioso.
“Llevo en mi carrera ya 18 películas”, dice quien hasta hace siete meses combinó su trabajo con servicio público con sus ganas de trascender. Cansado de que los tiempos no se compaginen, espera que el tiempo le dé una mano en una nueva etapa de su vida mucho más serena, aunque sin tantas energías. “Hoy le saco provecho a todas esas experiencias. El tiempo es cruel y te va marcando pautas. Mi hijo falleció hace poco y te preguntas si valió la pena tanto sacrificio sin verlo”.