Redacción
Ciudad de México.-Tengo un amigo que es fervoroso seguidor del Club Necaxa. Pues, con el perdón de ustedes, no termino de entender, a estas alturas, esa afición.
El equipo fue fundado en 1923 por William Frasser, un ingeniero escocés que fungía como gerente de la antigua compañía Luz y Fuerza, una empresa canadiense posteriormente estatizada por el presidente López Mateos en 1960. Establecido en la capital de todos los mexicanos, el club portó desde sus orígenes una identidad asociada a los electricistas de la corporación que lo vio nacer y su nombre se deriva, justamente, de las caídas de agua del río Necaxa que, en su momento, fueron concesionadas a Luz y Fuerza para generar energía.
Las cosas comenzaron a estropearse en 1972 cuando, debido a insalvables problemas económicos, el equipo fue vendido a empresarios españoles que, sin mayores trámites, lo rebautizaron como ‘Atlético Español’. Los seguidores de siempre, ¿debieron entonces cambiar alegre y despreocupadamente de camiseta? Ustedes dirán.
El españolismo le duró al club algo así como una década porque en 1982 el grupo Televisa lo adquirió y le añadió el mote ‘Rayos’ a su título original. Los Rayos del Necaxa, o sea.
En 2003, sin embargo, los tales Rayos se mudaron a Aguascalientes, ciudad no enteramente futbolera, pero que ha terminado por adquirir cierta afición por el balompié. Ya no fueron los “rayos” nada más –es decir, embajadores plenipotenciarios del fluido eléctrico— sino que adoptaron una idiosincrasia más acuática, por decirlo de alguna manera, en tanto que a los nativos de esta tranquila ciudad del centro de la República se les denomina “hidrocálidos”.
Debían ser los “hidrorrayos”, pues sí. La combinación perfecta de agua y fuego, oigan. Pues, justamente, todo esto es lo que me mete ruido a mí. Porque, digo, ¿cómo es que puedes ser fiel aficionado de un equipo que cambia de nombre, que modifica sus colores, que se muda de una región a otra y que se transforma de tal manera que sus orígenes y su propia naturaleza dejan de ser una referencia para los demás? Es lo que no se entiende del futbol mexicano.
Hace un par de años me afinqué en Morelia. Había allí un equipo de futbol llamado Monarcas. Por puro cariño a mi nueva comarca de adopción, decidí volverme un tibio seguidor de esos michoacanos. Pues, qué caray, hicieron las maletas y se largaron a Mazatlán. ¿Sigo de aficionado de esos mazatlecos? No. Es más, me sacan urticaria por haber abandonado a sus seguidores morelianos. Mi amigo, con todo, no deja de ser adorador de los rayos, los atléticos españoles, los hidrorrayos o como diablos se llamen. Pues…
Román Revueltas Retes