Otto Granados
Redacción
Ciudad de México.-La presidencia de Claudia Sheinbaum enfrentará el trance más difícil de su novel mandato en medio de desventajas de distinta magnitud que le dificulten la concentración necesaria para el diseño, formulación y ejecución de su relación con la Administración Trump. La temporada ha sido abundante en dichos, opiniones, ocurrencias y consejos surgidos desde todos lados sobre los aspectos técnicos, legales, políticos y operativos de los capítulos más delicados -seguridad, fronteras, migración y comercio-, pero al mismo tiempo no se advierte que el Gobierno tenga una estrategia puntual, robusta y organizada para lidiar con los escenarios que surgirán en torno a cada uno de esos temas, ni tampoco un equipo de alto nivel con las competencias necesarias para instrumentarla.
Aquí entra la tercera asignatura: disponer de un GPS. Cuentan que cuando Henry Kissinger quería hablar con Europa se topaba con que “nadie me dice qué teléfono marcar”. ¿Sabe México a quién llamar hoy en el Distrito de Columbia? Como suele pasar, hay centenares de ofrecidos que pretenden vender el hilo negro a la presidenta y le dicen que conocen “al amigo del amigo del otro amigo” y así ad aeternum. De allí al extravío hay un paso.
Solo en materia de agencias federales, por ejemplo, Washington es un archipiélago más que un continente (hay 441 de toda clase, según el Federal Register), y saber qué timbre tocar puede hacer toda la diferencia. México necesitará un GPS muy eficiente para identificar a sus interlocutores clave lo mismo en las oficinas y alas de la Casa Blanca y el Departamento de Estado que en las agencias clave de inteligencia, seguridad nacional, justicia, energía y un largo etcétera. Difícilmente lo podrá hacer solo con su actual equipo, asumiendo que lo mantenga, y tendrá que invertir (léase recurrir y contratar) en expertos y profesionales en ese ajedrez, como suelen hacerlo muchos Gobiernos extranjeros y casi todos los Estados de la Unión Americana.
Piénsese también en otro ecosistema estratégico: el Congreso. Aunque tiene mayoría en ambas Cámaras, el trumpismo 2.0 se verá tentado a seguir recurriendo a los “decretos ejecutivos” para operar sus decisiones, pero hay asuntos que tendrán obstáculos legales en los tribunales o en las cámaras legislativas. México deberá identificar muy bien la genealogía política (y los intereses) de los legisladores y comités más influyentes y moverse con soltura y habilidad, al más alto nivel posible, en el Capitolio.
Un ejemplo. Según Bruce Ackerman, de la Universidad de Yale, parece incierto el control absoluto de Trump en la cámara de Representantes, aún con mayoría. Hay 31 republicanos que “son miembros del Freedom Caucus y poco más de 100 se identifican como republicanos MAGA”, los conservadores más radicales, pero eso suma apenas 135 escaños sobre 436 miembros en total. Ackerman calcula que podrán pasar iniciativas presidenciales “solo si hay apoyo de una coalición mayoritaria compuesta por centristas pragmáticos de ambos partidos, sin importar cuánta presión aplique Trump” .
El panorama, como puede verse, es sumamente difícil, y no será un día de campo para el Gobierno de Claudia Sheinbaum por más que avive el verbo incendiario de sus legisladores, que su tasa de aprobación sea del 1000%, que cada día insulte a sus opositores y culpe al neoliberalismo, o que llame a sus seguidores a envolverse en el lábaro patrio. Eso, quizá, irrigue la autoestima, pero no solucionará los problemas específicos de una relación bilateral que ha sido y seguirá siendo por muchas décadas la más importante para el país.
Quien hace política, dijo Max Weber, “pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder”. Y este es un asunto político y de poder. México deberá hacer un trabajo impecable de relojería fina y actuar en todos los frentes en Estados Unidos para construir una estrategia inteligente, efectiva y que arroje resultados concretos para el interés nacional.
Con información de El Mañana de Reynosa