Raymundo Riva Palacio / El Financiero
La polémica consulta para la revocación de mandato pasó sin nada que no se esperara. La movilización nacional de gobernadores y la estructura partidista resultó insuficiente para mostrarse imbatible en 2024, pese a que el acarreo vivió su mejor momento desde los tiempos del PRI en los 80. El domingo continuó el gobierno violando la ley, y el presidente Andrés Manuel López Obrador, que hizo campaña electoral desafiando todo y transgrediendo la línea hasta lo insoportable, se volvió a burlar de todos los mexicanos, al anular su voto en este ejercicio que, dijo, era un triunfo de la democracia. Se gastaron mil 600 millones de pesos en una consulta que, desde que se anunció, ya sabíamos el resultado: la gran mayoría votó contra su destitución.
La consulta, sin embargo, no se trataba de ver si se le revocaba el mandato o no. Matemáticamente era imposible alcanzar 40 por ciento del voto necesario para que fuera vinculante, porque sólo se instaló una tercera parte de las casillas establecidas en la Constitución. Se trataba de ejercitar y mostrar el músculo de Morena, y enseñar el Presidente su fuerza, pero le falló el voto duro. La participación estuvo entre 17 y 18 por ciento del listado nominal, según el conteo rápido del INE, que representan entre 15 y 16 millones de votos, que al restarse los de quienes apoyaron la revocación y los anulados, Morena llevó a las urnas poco menos de los simpatizantes que acudieron a votar en las elecciones federales del año pasado.
Se requerirá tener los resultados finales para poder tener una mejor métrica de cómo se comportó el voto duro de Morena y dónde funcionaron mejor las gobernadoras y gobernadores del partido en el poder, para determinar quiénes incumplieron con la meta mínima de llevar a 19 por ciento del electorado, que era la cuota asignada. López Obrador debió anticipar lo que venía, por lo que empezó a violar la ley para promover el voto, y acusar a quienes le exigían que la cumpliera, de saboteadores. La estrategia de polarización, sin embargo, no le funcionó como en anteriores ocasiones.
Los números del conteo rápido no parecen malos para el Presidente si se observan de manera aséptica, pero el proceso no lo fue. Utilizó todo el aparato del Estado animado por su activismo de una manera que no se recuerda en la memoria, para evitar que las urnas vacías fueran la narrativa de la consulta. El Presidente, que amenazó con persecución política a los gobernantes que operaran electoramente contra él, exigió a los suyos hacer aquello que antes denunciaba. En el colmo, siete secretarías de Estado promovieron la consulta, y desde las cuentas del gobierno apoyaron que la gente saliera a votar.
La consulta era un experimento de campo de Morena rumbo a las elecciones presidenciales. Pero las y los gobernadores no mostraron la capacidad esperada. Si con López Obrador en la boleta no pudieron, sin él en 2024, sus dificultades para mantener a Morena en el poder se ponen en duda, cuando el voto duro valdrá menos, porque no alcanza para ganar una elección presidencial, que en ejercicios como el de ayer.
La encuesta de salida de EL FINANCIERO aportó algunas claves preliminares de lo que sucedió ayer. El 47 por ciento de quienes votaron se dijo morenista, contra 24 por ciento en 2021, pero en esta ocasión fueron menos de los que sufragaron en ese entonces. La oposición, al mismo tiempo, le hizo el vacío. Si en las elecciones federales del año pasado 21 por ciento se dijo afín a uno de los partidos de oposición, ayer sólo participó 6 por ciento. La estrategia de entregar doble beneficio en los programas sociales tampoco rindió los frutos para que el Presidente pudiera dormir contento. La encuesta de salida registró que 58 por ciento de quienes votaron contra la revocación era beneficiario directo o indirecto de uno de esos programas.
Paradójico que los líderes de Morena hablen de que la consulta fue un éxito de la democracia, cuando todos los vicios contra los que luchó por años la izquierda, fueron ejecutados ayer al máximo. Movilización abierta, presumiéndola incluso, y utilización del dinero en la población que menos tiene para la compra de voto. La manipulación de los votantes fue escatológica por el cinismo con la que se realizó.
No se puede reclamar por la celebración de la consulta el triunfo de la democracia, porque precisamente eso es a lo que le dispararon desde muchos frentes. En el del Presidente, comenzando por él, violando sistemáticamente la ley para animar a la participación. Sus opositores y críticos, llamando a sabotear un mecanismo democrático para salvar la democracia. Las posiciones antagónicas revelan la distorsión que se hizo del mecanismo, de principio a fin, en la continuación de la colisión que se vive en la vida pública mexicana.
“Jornada histórica”, la llamó Jesús Ramírez Cuevas, jefe de la propaganda presidencial y uno de los asesores políticos influyentes del Presidente, “que reafirma la soberanía popular”. Lorenzo Córdova, consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, llamó “cifra histórica” el número de casillas instaladas para la consulta. Cada quien jaló para lo suyo. El primero, caracterizando el ejercicio de votar como la apropiación de un territorio donde el pueblo ejerce el gobierno, amañando un discurso a lo que no fue, mientras el segundo presumió porcentajes que soslayaron que sólo se instaló una tercera parte de las casillas. La retórica marca los tiempos mexicanos, no los hechos.
La consulta no sepultará nada. La economía seguirá estancada y el dinero en las arcas de la Tesorería se está acabando, con los próximos subsidios a la canasta básica, que seguirán haciendo hoyos en las finanzas públicas. Los pleitos del Presidente se intensificarán en decibeles. A la mañana siguiente todo sigue igual, salvo una llamada de atención para López Obrador y Morena para 2024, una ventana de oportunidad para la oposición, y un gasto de más de mil 500 millones de pesos para medir la operación política de Morena, que financiamos los contribuyentes.