Redacción
EEUU.- Las buenas intenciones no sacan a las personas de la pobreza, y en muchas ocasiones, esas “buenas intenciones” pueden terminar sepultando a millones en la miseria y el sufrimiento.
Durante décadas, las instituciones occidentales han impulsado la noción de que para sacar a las naciones de la pobreza basta con “redistribuir la riqueza” y/o prodigar “ayudas”, lo que constituye, precisamente, el principal motivo por el que muchos países no logran salir del circulo vicioso de la pobreza.
Haití, por ejemplo, es un país casi gobernado por ONGs, hasta el punto de ser conocido hoy como la “República de las ONG”. Cerca de diez mil agencias “humanitarias” han conformado un Estado paralelo que tiene un presupuesto cercano al de la nación, y si bien la mayoría de ellas pudiera alegar que están allí para “ayudar” a los empobrecidos haitianos, muchas se dedican realmente a redistribuir los recursos que reciben de millonarios y mecenas que, llevados por la propaganda de estos mismos organismos, regalan toneladas de dinero, convencidos de que así podrán ayudar a unos cuantos haitianos a salir de la pobreza. En realidad, ese dinero los hunde más en la miseria.
Valga esta pequeña reflexión: si usted maneja una ONG cuya misión es ayudar a las personas pobres, y cuyas donaciones son recibidas para paliar la miseria, ¿qué ocurriría con su trabajo si la gente saliera milagrosamente de la pobreza?
La industria de la pobreza
En el año 2014 fue distribuido el documental de Michael Matheson Miller y Jonathan Witt llamado “Poverty, Inc.”. Los cineastas viajaron por diversos países africanos, sudamericanos, y por Haití, analizando el fenómeno de las ONG, y cómo las masivas donaciones han entorpecido y arruinado empresas locales en dichos países.
El documental cuenta con los testimonios del Premio Nobel de la Paz, Mohammad Yunus, el economista peruano Hernando de Soto y el empresario tecnológico ganés Herman Chinery-Hesse, entre otros. En el mismo documental, el expresidente Bill Clinton hace una serie de declaraciones en las que admite que sus políticas de subvención de arroz en Haití fueron un completo fracaso.
Las enormes subvenciones de países desarrollados para llevar arroz a Haití arruinaron por completo a los productores locales, quienes, evidentemente, no podían competir con el arroz gratis que era traído desde el exterior. Ese arroz alimentó momentáneamente las bocas de cientos de miles de haitianos, pero dejó devastado el sistema productivo a largo plazo, provocando que sus ciudadanos se convirtieran en eternos dependientes de las dádivas externas.
El documental muestra entrevistas con productores y empresarios locales en distintos rubros: manufactura de zapatos, energía solar, entre otros. Tras el devastador terremoto del 2010, que ha sido reconocido como una de las catástrofes humanitarias más grandes de la historia (los cálculos indican que al menos 300.000 personas fallecieron), el país se llenó de ONGs —muchas con buenas intenciones—, que terminarían quedándose de forma indefinida en la nación caribeña.
El empresario Chinery-Hesse denunció que el modus operandi de estas “ayudas internacionales” es siempre el mismo: llegan enviados europeos o de otros países del primer mundo a negociar las ayudas con los gobiernos africanos locales, asignan recursos y posteriormente el dinero es adjudicado a ciertas organizaciones o empresas para realizar trabajos.
El empresario ganés Chinery-Hesse denuncia que los contratos del Estado siempre son otorgados a empresas europeas y no a ellos, pese a tener las condiciones para ejecutar diferentes trabajos a nivel de software o tecnología, y que, en última instancia, las empresas europeas que ganan las licitaciones subcontratan a los ganeses para realizar los mismos trabajos, aunque son los europeos los que se quedan con la mayor parte de las ganancias. Básicamente es una tercerización en la que los recursos de las naciones del primer mundo se otorgan a empresarios europeos por trabajos realizados por los africanos.
África, el modelo de pobreza a seguir
En el año 2010, la economista africana Dambisa Moyo escribió un libro titulado “La ayuda que mata”, en el que establece como las grandes sumas de dinero de naciones desarrolladas han condenado a su continente al subdesarrollo.
Moyo tiene un doctorado en ciencias económicas de Oxford, un máster en Administración Pública de Harvard y trabajó como consultora del Banco Mundial durante años, además de fungir como jefe de investigaciones económicas y estratégicas para el África subsahariana en Goldman Sachs.
La economista asegura en su libro que más de 50.000 millones de dólares son recibidos anualmente por África, y sin embargo sus naciones continúan sumidas en la miseria.
Entre el año 2000 y el 2013, solo Estados Unidos había donado al África subsahariana 104.812 millones de dólares, seguido por China con 94.310 millones de dólares, mientras que algunas instituciones de la Unión Europea habían aportado 84.877 millones de dólares, con Francia en cuarto lugar, enviando 74.238 millones de dólares en el mismo período. Pese a estas enormes inyecciones de dinero, el crecimiento económico fue extremadamente lento, y las naciones africanas están cada día más endeudadas, lo que hace crecer la inestabilidad gubernamental, los conflictos civiles y los niveles de pobreza.
Según Moyo: “Durante los últimos 60 años, se han transferido desde los países ricos a África miles de millones de dólares en ayuda al desarrollo. Sin embargo, la renta per cápita hoy es menor de lo que lo era en los años 70, y más del 50 % de la población (350 millones de personas) vive con menos de un dólar diario, una cifra que casi se ha doblado en dos décadas”.
La economista insiste: “… mírelo de esta forma. China tiene una población de 1.300 millones de personas y sólo 300 millones viven como nosotros (con un alto estándar de calidad de vida). Hay 1.000 millones de chinos que viven en condiciones por debajo de ese estándar. ¿Conoce usted a alguien que esté preocupado por China? Nadie”.
Estas ayudas internacionales, tanto en África, como Haití y otros países con altas tasas de pobreza, en lugar de ayudar a la población, se han convertido en las más grandes trabas para los productores locales y han generado una enorme dependencia de los habitantes de estas naciones a los donativos del primer mundo.
En 1990 vivían en África 280 millones de personas en extrema pobreza, actualmente esa cifra supera los 460 millones, países como Sudán del Sur y Níger tienen tasas de pobreza extrema, por encima del 90 %, que se estima que para el 2030 aproximadamente 9 de cada 10 personas extremadamente pobre vivirá en el África subsahariana.
En contraste con la situación de África, según el Banco Mundial, en todo el planeta había 1.900 millones de personas en extrema pobreza para el año 1990, y hoy, esa cifra ha disminuido hasta los 736 millones de personas; es decir, que mientras más de 1.100 millones de personas en todo el mundo han salido de la pobreza extrema en los últimos 30 años, en África ocurrió todo lo contrario, pues la cifra aumentó al menos en 150 millones de personas.
La realidad africana puede trasladarse a todas las naciones del mundo que pasan por procesos de atraso y pobreza similares, algunas por particularidades coyunturales e históricas, pero una gran mayoría por vicios ideológicos y económicos como el socialismo, que ha llevado a la quiebra a diferentes naciones de Europa del Este, África y América Latina.
Muchas ONG y organismos internacionales dicen tener como objetivo erradicar la pobreza, pero la pregunta es: después de décadas de aplicar las mismas recetas que han demostrado ser fallidas, ¿por qué insistir en la ampliación de ayudas infinitas que no solucionan nada? ¿Están realmente interesadas esas organizaciones en solucionar las cosas o empeñadas en lucrar con el sufrimiento ajeno? Usted podrá sacar sus propias conclusiones.
*Información de ADN América.